Aprendí que me gustan
tus ojeras tatuadas
y tu voz profunda
atávica, envolvente.
Aprendí a perder
y perderme.
Pero aprendí también
que la escena montada
me conecta a la muerte.
Me aprendí de nuevo
como flama magenta,
y me brotó insensato
lo que soy, lo que doy
en el juego.
Pero aprendí también
las fallas del feed-back,
los destiempos.
Aprendí, no lo lamento.
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