jueves, 21 de marzo de 2013

LAVARROPAS (2011)


Si cuando pongo
el  jeans, la remera
y la sábana a lavar
así se fuera
lo que tuve con vos
todo sería perfecto.
Sacarse una prenda
que vivió el roce,
la piel, los fluidos,
las palabras,
los raspones de muro,
los sonidos
y al ponerla a girar
en lavarropas
la espuma y el agua
me devuelvan
un trapo nuevo,
listo para otro día,
otras notas, otro cuento.
Me tiro a mirar
absorta el movimiento
de mi máquina de lavar.
Cendales de espuma
ahogando huellas,
golpea el agua
y la remera,
el jean, la sábana
se desprenden de todo,
se entregan a los giros.
Druidas de siglo XXI.
Se entregan a los giros,
entregadas.
Después viene el sol
que las calienta,
esteriliza quemando
algún rebelde recuerdo,
puedo ver la trama de la tela
perfectamente renovada
colgando de dos broches rojos
contra el cielo.
Ahora se entregan
en el tendal, al viento.
Y si no fuera suficiente
el agua, el jabón,
el lavarropas, el tendal,
el viento;
puedo pasar todo
por la prensada de calor
que da la plancha,
que lo estire a su modo:
corte pliegues,
que ponga el lienzo liso,
recto, en su lugar, en orden,
en escuadra;
y así se eliminaran
los vestigios
de madrugadas con vos,
de tu saliva, tu peso
tus bacterias…
qué bueno…
Me hipnotiza el proceso
y me lavo en lavarropas,
me cuelgo de un tendal,
después de un par de horas
me balanceo al viento,
y me quemo con la plancha
para que me quede
bien claro el dolor…
y no vuelva a hacerlo.
Finalizado el proceso
Dios! no me pasa lo mismo
que a la sábana, al jean
a la remera blanca.
No me pasa.
No se me pasa.
Entonces, hago
un bollo la remera,
arrugo la sabana
y me pongo el jean
ahora roto, desflecado.
Comprobación empírica:
no me sirve el proceso…
o me habré equivocado
en un paso del lavado.
No me acerques el manual,
que los detesto.

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