Una cargó su plumafuente
con brasas y soles,
pero para todos los días
saca la bic
azulina y esquiva.
Observa y analiza.
La gasa de sus capas
combina
con la mata negro-azul,
la distancia,
la nostalgia
y la parsimonia
de su set de desayuno
sobreviviente
de la era
de los cuentos de
hadas.
Si no te acercas de veras
nunca sabrás
del auténtico olor
de sus mañanas.
La otra derramó
varios tinteros,
impresiones abigarradas
con sus dedos;
hematomas morados
hurgó con el acero
para volver a cargarlos.
Durmiendo de mañana,
animal paleolímbico
de madrugada.
Sin embargo
por las tardes,
cadenciosas, candentes,
calcinadas, carentes
se apoltronan y miran.
Se ven desde las canas
a los huesos
y una sonrisa tibia
las iguala,
idénticas
en el menudo espejo
del mandala.
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